Comentario
En este siglo las provincias balcánicas y danubianas sometidas al Imperio viven una situación de inestabilidad, fundamentalmente por dos razones: por un lado, los desastres militares del ejército otomano ante sus vecinos harán constantes rectificaciones de fronteras entre las potencias europeas y las zonas dominadas revelándose así la impotencia del Estado turco para hacer frente a la nueva situación. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la pérdida de prestigio del poder central generó condiciones de anarquía local que motivaron descontentos locales, a veces con connotaciones autonomistas o independentistas, y el aumento creciente de atribuciones, incluso en el terreno fiscal, de las autoridades locales. Esta doble combinación crea un verdadero círculo vicioso, pues sin prestigio y sin dinero la Administración central no podía disponer de una fuerza de seguridad que mantuviera el orden, y sin ésta tampoco podía lograr la obediencia debida ni el cobro de los impuestos.
Las guerras con Europa tuvieron, pues, determinadas consecuencias; regiones que, por su lejanía, habían quedado un poco marginadas del poderío turco ahora se liberan de su dominación; otras áreas van a ser escenario permanente de conflictos, como los países rumanos, el Peloponeso, Serbia y Bosnia-Herzegovina, dejando a su paso una estela de destrucción, masacres, migraciones de población y desolación general; otras zonas no fueron teatro de operaciones pero, indirectamente, sufrirán también las secuelas de la guerra: agravamiento de las cargas fiscales, reclutamientos permanentes, saqueos y alza de precios; en definitiva, la guerra es un detonante que constituye el motor de la evolución histórica en estos territorios. Por otra parte, el reforzamiento de las autonomías locales trajo consigo un aumento de la presión fiscal pues muchos impuestos extraordinarios acabaron siendo ordinarios; en muchas ocasiones, el clero ortodoxo pasó de tener funciones estrictamente religiosas a otras políticas, convirtiéndose en recaudadores de impuestos o en representantes de su comunidad ante las autoridades turcas.
El conjunto de las provincias, con una diversidad enorme, se caracterizaba por una economía primitiva y rudimentaria, viviendo fundamentalmente de la agricultura, donde la unidad básica de la producción agrícola era la tenencia campesina o tchift; desde el siglo XVI se había iniciado un proceso de concentración de tierras en manos de notables locales que originaron grandes patrimonios familiares dando paso a un régimen de explotación parecido a la servidumbre, siendo los pagos todavía en especie. El campesinado había visto empeorar su situación, el hambre, la desesperación y la pobreza era corriente entre ellos; su expulsión de las tierras que trabajaban les conducía al pillaje y al saqueo por lo que el bandolerismo constituyó otro factor de problemas durante todo el período. No obstante, la producción agrícola tuvo una producción en aumento debido al crecimiento del comercio turco con toda Europa y convertirse el Imperio en zona productora de alimentos y de materias textiles. Esto trajo consigo una sobreexplotación campesina por los propietarios de tierras y la prosperidad a mercaderes y transportistas.
1. Los griegos habitaban sobre todo en el Peloponeso, Tesalia y los territorios insulares, llegando a ocupar la mejor posición de todos los pueblos sometidos al Imperio, incluso sus comerciantes eran vitales para la economía otomana. Siempre gozaron de una cierta autonomía, a cambio del puntual pago de los impuestos, y en la centuria que nos ocupa mejoraron notablemente su situación. En el Peloponeso, tras la expulsión de Venecia en 1715, fue donde más se desarrolló este sistema de autogobierno; cada ciudad tenía un Consejo de notables, con tareas políticas, y algunos de sus miembros formaban parte del Senado Peloponeso donde se discutían las cuestiones administrativas y fiscales que atañían a la provincia. Dos senadores, junto con delegados del sultán, formaban el Consejo de gobernación, y, además, otros dos representantes provinciales tenían derecho a representación directa ante el sultán en Estambul. También en las se desarrolló un potente sistema de gobierno local que trataba directamente con la Administración central y que asumió la recaudación de impuestos y el mantenimiento del orden. Estos gobiernos locales fueron fundamentales para mantener viva la cultura griega así como el Derecho (romano) común, y no supuso, hasta 1760, ningún problema real al dominio otomano. A partir de los años sesenta agentes rusos son enviados sistemáticamente para estimular revueltas y conatos independentistas. Comenzó así una revuelta en 1769 que resultó un verdadero desastre pues la ayuda rusa llegó tarde y de manera insuficiente. No obstante, los tratados establecidos entre Rusia y Turquía años después les favoreció dejándoles libertad para emigrar y contando la religión cristiana con una mayor protección.
2. Los albaneses, uno de los pueblos menos desarrollados de los Balcanes, tenían puntos de similitud con los griegos pero también diferentes. La dominación musulmana provocó muchas conversiones en él y, poco a poco, el país quedó dividido entre un Norte católico y un Sur musulmán, estando los primeros obligados al pago de onerosos impuestos, por lo que siempre buscaron la protección de los Habsburgo. Los musulmanes, en cambio, tenían una posición privilegiada, podían servir al Estado como burócratas o ingresar en el cuerpo de jenízaros e incluso proporcionaron visires al gobierno imperial. Los ghegs poblaban las zonas montañosas y vivían organizados tribalmente, el clan seguía siendo la unidad social básica y escapaban muchas veces a la autoridad otomana dada su inaccesibilidad. Los tosks vivían en las ciudades, muchos practicaban la religión ortodoxa y sus familias inician vinculaciones con la Administración central. Albania no fue teatro de operaciones de guerra en esta centuria, por lo que no sufrió sus consecuencias devastadoras, y tampoco se alteró demasiado la relación establecida entre el poder central y sus poblaciones.
3. Los montenegrinos vivían en una zona alejada de los centros de decisión del Imperio, conquistada por los turcos en 1499, pero dada la lejanía nunca fueron dominados sistemáticamente, incluso el sistema timar no se había impuesto sobre ellos. Era un territorio muy primitivo con una economía poco desarrollada, con un pueblo atrasado, organizado en clanes tribales, dispersos sobre todo por las áreas montañosas, y que a comienzos del siglo XIX no superaban las 120.000 personas. Practicaban la religión ortodoxa, cuyo centro de irradiación lo constituía el monasterio Cetinje, y su jerarquía eclesiástica desempeñaba también las funciones políticas y administrativas.
Hasta el siglo XVIII no había dado demasiados problemas al sultán pero en esta centuria las relaciones se irán deteriorando hasta desembocar en franca rebeldía; de hecho, fue la actitud de sus obispos iniciando una política de relaciones exteriores con las naciones vecinas y enemigas de Turquía (Venecia, Rusia y Austria) lo que les convirtió en un foco de resistencia importantísimo. Con Venecia fue el obispo Danilo (1696-1737) quien propició un acercamiento que desembocó en ayuda a la república durante la guerra turcovéneta de 1714-1718; a pesar del envío de un gobernador por el Dux, las buenas relaciones no se prolongaron y, finalmente, Danilo se vuelve a los rusos, que convertirán a Montenegro en una especie de protectorado. Vasilije Petrovic (1737-1782) se mantiene en la misma línea hasta que en los años sesenta surgen malentendidos entre rusos y montenegrinos por la aparición de un líder local que se hacía pasar por Pedro III, dándose un distanciamiento entre ellos a pesar de la insistente petición de ayuda por parte del obispo; en esa línea Rusia llegó a pactar con Austria la no intervención en los Balcanes. Esa pérdida del apoyo austro-ruso fue aprovechada por los turcos, que acometen una política agresiva sobre ellos para recuperar la influencia perdida; la ocasión se torna favorable al Imperio cuando en los años ochenta el principal problema que tienen que afrontar los montenegrinos es la política expansionista iniciada por los albaneses. En esta tesitura, la ayuda otomana y su oferta de mediación, sirvió para someterlos de nuevo bajo su control.
4. Bosnia-Herzegovina vio cómo tras la invasión turca muchos de sus habitantes se habían convertido de buen grado al Islam por lo que el sultanato siempre encontró aquí un amplio respaldo que le llevó a desarrollar una política muy ventajosa para los pro-musulmanes. Sus fronteras habían sido delimitadas en el Tratado de Carlowitz (1699) no sufriendo alteraciones significativas en toda la centuria. Su sociedad presentaba una conformación tripartita donde el elemento principal eran los musulmanes (33 por 100 de la población), seguidos de los ortodoxos (43 por 100) y en menor medida de los católicos (20 por 100). Sus ciudades más importantes eran Sarajevo (la antigua capital), Mostar y Travnik, que en 1703 asume la nueva capitalidad. Aunque nunca llegó a ser teatro de operaciones sufrió las consecuencias indirectas de la guerra contra austriacos, rusos y venecianos que originaron levas forzosas, epidemias, ruinas de los campos y devastación en general.
El visir Alí Pasha Hekim Oglu (1735-1740) dirigió una política afortunada, asistido por un Consejo de notables locales y asegurando el control para la Sublime Puerta. Tras el Tratado de Belgrado (1739) y la desaparición del anterior político las provincias fueron organizadas en capitanías y los capitanes investidos de atribuciones militares y fiscales además de controlar las comunicaciones. Esto generó una cierta anarquía, ya que conforme los capitanes acrecentaban su poder, lo hacían en perjuicio del visir y por lo tanto de Estambul. Para acabar con ello fue enviado Mehmed Pachá Kukavika que pacificó la provincia y la sometió totalmente hacia 1756. Por último, cuando en 1788 estalló una nueva guerra entre Turquía y Austria, ésta invitó a los bosnios a levantarse contra los turcos pero los musulmanes se opusieron encarnizadamente y desplegaron una tenaz resistencia. No obstante, fueron derrotados y, en la Paz de Sistova, este territorio pasaría a Austria.
5. Los serbios habían podido escapar a la dominación musulmana y desarrollaron una sociedad y un Estado bastante independiente donde todos eran hombres libres (inexistencia de servidumbre) dedicados mayoritariamente a la agricultura. Su unidad política básica era el distrito, órgano que agrupaba a representantes de las ciudades con un jefe de distrito a su frente; éste lo representaba ante las autoridades otomanas y recaudaba los impuestos pertinentes. Practicaban la religión católica y la ortodoxa, y desde principios del siglo XVIII las tierras serbias estaban bajo la jurisdicción del patriarca de Pec, dependiente, a su vez, del patriarca de Constantinopla. Fue la Iglesia ortodoxa quien desarrolló el nacionalismo serbio sentando las bases de su independencia. En el Tratado de Passarowitz (1718) perdió territorios a favor de Austria pero fueron recuperados en 1739. Entonces se estableció una nueva línea fronteriza con los austriacos que perduraría hasta el siglo XIX, a pesar de que todas las guerras austro-turcas del período supusieron invasiones y apelaciones a la rebelión contra los musulmanes.
6. Hungría y Transilvania formaban parte de las zonas más alejadas y disputadas del Imperio. En el Tratado de Carlowitz la Hungría turca y sus mercados meridionales entre los ríos Drave y Save pasan al dominio habsburgués; sólo quedaba para Turquía el Banato de Tamesvar, que sería perdido poco después. Para Transilvania y sus vaivodas, este tratado supuso la inserción en la Corona austriaca aunque quedaba en una cierta situación de independencia a cambio del pago de tributos. Años más tarde, en la Paz de Passarowitz (1718), Austria completó su dominación en ambas zonas, pero cuando intentó ampliar su dominio hacia Yugoslavia tuvo que replegarse y abandonar sus sueños expansionistas.
7. Los países rumanos -Moldavia y Valaquia- eran también territorios autónomos dentro del Imperio otomano pero sometidos a vasallaje, lo que implicaba satisfacer tributos regularmente y, a veces, aportaciones humanas para el ejército. Tenía una sociedad desarrollada, con una nobleza poderosa e influyente donde destacaba sobre todo el grupo de los boyardos; los miembros del clero poseían también importantes privilegios, siendo propietarios de vastas extensiones de terreno; el campesinado estaba sometido al régimen de servidumbre y los lazos de vasallaje serían reforzados en la segunda mitad de la centuria. Al frente de cada país estaban los vaivodas, intermediarios entre el Imperio turco y su pueblo, pertenecientes a la nobleza local. La acción desplegada por los pueblos vecinos, especialmente Rusia y Austria, animándoles a la rebelión hizo que, intermitentemente, aparecieran movimientos independentistas que, a la larga, no obtuvieron ningún resultado, pues Turquía siguió ostentando su soberanía sobre ellos. Ya a fines del siglo XVII el vaivoda de Valaquia estableció una alianza con los Habsburgo (1688), a la que se sumaría dos años después Moldavia. Esta política de independencia respecto a Turquía fue reforzada hacia 1709-1710 con sendos pactos con Rusia, pero la derrota obtenida por ésta en la guerra de 1710-1711 trastocó los planes rumanos y el poder otomano se desplegó de nuevo sobre ellos con redoblada fuerza.
Hacia 1716 el griego Nicolás Mavrocordato es nombrado vaivoda de Valaquia y Moldavia, desplazando a los nobles locales de este puesto. Con él comienza una época, llamada del Fanariato (término tomado del barrio griego de las afueras de Estambul, Phanar), donde se advierte una helenización del mundo rumano y una creciente influencia de los griegos (constante, por otro lado, desde el siglo XVI) junto con una dominación otomana sistemática que llevó a los países rumanos a la plena integración en el cuadro imperial turco; esto supuso la adopción de las costumbres otomanas y la inserción de la economía rumana en la economía del Imperio, reduciéndose muchas de las transacciones mercantiles existentes hasta el momento con la Europa central y oriental. Su sucesor, Constantin Mavrocordato, desplegó una acción reformadora a mediados de la centuria (1739-1749) que sentó las bases de un nuevo Estado. Primeramente transformó a la nobleza hereditaria en una nobleza de servicio, haciendo depender sus privilegios y exenciones fiscales de su dedicación al Estado, y su fidelidad generalmente se recompensaba con nombramientos en la Administración central o local. En relación con el campesinado intentó una política liberadora, y así se abolió la servidumbre en Valaquia (1746) y Moldavia (1749); las corveas y diezmos en el futuro serían regulados por el Estado y se les restituyó derechos arrebatados por los boyardos; por último, intentó una reorganización de los impuestos según criterios más racionales y universales.
La guerra ruso-turca de 1768-1774 transformó estos países en escenario bélico, llegando a ocupar los rusos Bucarest y Jassy; no obstante esas victorias, la Paz de Kutchuk devolvió estos territorios a Turquía aunque ésta se comprometía a tolerar la religión de los ortodoxos y a mantener consulados de Rusia en las ciudades importantes, así como a traspasar la soberanía de la Bukovina moldava a Austria.
8. Los territorios ribereños del mar Negro a lo largo del siglo XVIII serán constantemente objeto de litigio entre el Imperio otomano y la política expansionista rusa. Ya el Tratado de Constantinopla (1700) y las negociaciones turco-rusas sobre delimitación de sus fronteras establecieron el fin de la soberanía turca sobre el litoral septentrional del mar de Azov; de esta manera un vasto espacio entre los ríos Bug y Dnieper se encontraría a disposición de Rusia. Aunque en el Tratado del Prut (1711) Rusia fue forzada a retirarse de esos territorios, la Paz de Belgrado (1739) modeló de nuevo el mapa fronterizo entre ambas según las líneas trazadas en 1700.
Sin embargo, la gran derrota, militar y psicológica del Imperio turco en esta zona, porque además implicaba la pérdida de una población islámica significativa, fue con el Tratado de Kutchuk (1774); aunque se garantizaba al sultán la recuperación de sus posiciones entre el bajo Danubio y el bajo Dniester, tendría que ceder Azov y su territorio colindante así como algunas ciudades situadas al sudeste de Crimea, que eran vitales para el Imperio por asegurar las comunicaciones entre los mares Azov y Negro. Por otra parte, el sultán tendría que reconocer la independencia de las poblaciones tártaras de Crimea y de las estepas. De este modo Crimea quedaría como el único territorio que permanecía bajo la soberanía de un príncipe musulmán, elegido khan.